Mi pequeño espacio

sábado, 10 de agosto de 2013

Lone Star - Rezaré...JMR.


El conflicto de Gibraltar

Los roces históricos no han de ser obstáculo para retomar el diálogo y apaciguar los ánimos 

«Gibraltar no merece una guerra pero arruina una amistad». La frase es de Franco en declaraciones al diario 'Pueblo', y está recogida por Manu Leguineche en el libro 'Gibraltar; la roca en el zapato español'. La historia reciente de la colonia británica que nos fue arrebatada en 1704 en el contexto de la Guerra de Secesión y finalmente cedida mediante el Tratado de Utrech de 1713 es conocida: a principios de los sesenta del pasado siglo, España planteó en Naciones Unidas el proceso de descolonización, que desembocó en un primer referéndum en 1967, arrolladoramente ganado por los que rechazaban la retrocesión a España. Las comunicaciones terrestres fueron cortadas en 1969 y reabiertas en 1982. En 1985 comenzó el proceso de Bruselas, de negociación entre Londres y Madrid, que llegó a plantear la cosoberanía, y que se estrelló en un nuevo referéndum en 2002. La presión franquista, la gran diferencia de renta a uno y otro lado de la verja y la evidencia de que la singularidad gibraltareña -la Roca ha sido paraíso fiscal hasta que, recientemente, Bruselas la ha borrado de la lista- era el fundamento de su prosperidad han hecho inviable cualquier aproximación política. Y esta incompatibilidad facilita los roces, como el que está tensando estos días hasta más allá de lo razonable la situación: el lanzamiento por parte de los gibraltareños de grandes bloques de hormigón con pinchos donde faenan los pescadores españoles ha sido interpretado como una agresión. Y el ministro García-Margallo, que siempre ha enarbolado con calor la españolidad del Peñón, ha respondido con controles policiales en la aduana que provocan grandes retrasos -«deliberados», según los gibraltareños- en el tráfico que entra o sale del Peñón. Cameron ha presentado su protesta diplomática y ha visto «con preocupación» la idea española de establecer un peaje de 50 euros para entrar o salir de la colonia. Y Picardo, el ministro principal de Gibraltar, ha hablado absurdamente de «ruido de sables». La tensión perjudica a ambas partes -la mayor parte de la actividad de La Línea está relacionada con la colonia- y sobre todo a los pescadores españoles. Carece, pues, de sentido atizar el fuego cuando lo razonable es abrir el diálogo -Bruselas ha anunciado gestiones- y apaciguar los ánimos ante un problema de muy difícil solución que no debe impedir la fecunda convivencia en la zona.
                                      Fuente: La Verdad.es